Pbro. Fernando Hernández Barboza
En estos tiempos nos hemos
vuelto altamente dependientes de la tecnología. Un caso concreto, de la telefonía
móvil. Es una maravillosa invención la del celular, bien equipado con Internet,
aplicaciones de todo tipo que simplifican nuestras tareas y llenan los ratos de
ocio con diversión sin límites. Este aparato es ya tan importante que se ha convertido
en nuestro fiel compañero, aquel que no podemos dejar y que nos molesta tener
que apagar en una reunión, o que cargamos en nuestras vacaciones; es más es al
único que le permitimos interrumpa nuestro merecido descanso, e inclusive la Santa Misa del Domingo.
A tal punto llega nuestra relación con él, que aún en plena Consagración le atendemos
porque nos parece una infidelidad y grosería no hacerlo, aunque estemos delante
del mismo Jesús Sacramentado. No me malinterpreten, debemos sacar provecho de
las cosas buenas que también nos puede proporcionar. ¡Sabe Dios cuántas
emergencias pueden solventase por tener un aparato de estos! En beneficio de las cosas buenas que provee, les comparto un mensaje que recibí en mi apreciado teléfono móvil. Este me invitaba a invertir en mi propia persona, a no ser que yo fuera una mala inversión. Reflexionando sobre el mensaje el pasado Miércoles de Ceniza, y a propósito de la Cuaresma, tiempo en el que la Iglesia nos motiva a vivir un tiempo de gracia y conversión, saltó esta idea que me gustaría se convirtiera en un objetivo para todos. ¡Qué bueno sería sacar un tiempo como lo hizo Jesús en el desierto, y meditar sobre como debemos vivir nuestra vida y en que debemos invertirla!
En general, las personas invierten
cada vez más en cosas tan superficiales con altos costos, y grandes
frustraciones para quienes no tienen la posibilidad de obtenerlas. El excesivo
trabajo para ganar dinero, los pensamientos de corrupción que rondan las mentes
de algunos cuando no alcanzan sus propósitos, genera desestabilidad en el
interior del ser humano. No hay tiempo para la familia, no logramos darle lo
que creemos se merece y esto nos altera, desequilibra, enoja, nos quita el
sueño y nos hace tomar pastillas para tranquilizarnos. Nos aleja de la fe en
Dios, y quien sabe cuantas cosas más.
¿Qué es lo que realmente
vale para que invirtamos en ello? Esta es la pregunta que les propongo nos
hagamos en este tiempo de cuaresma. Quizá deba dejar todas aquellas inversiones
que solo han traído malas experiencias dolor y sufrimiento a mi y a mi familia,
e invertir en una vida más espiritual que me acerque a Dios desde la oración. Que
me aleje de todos mis vicios y pecados, iniciar un nuevo camino de conversión
y encuentro con Cristo, para que Él devuelva la paz a mi espíritu, la alegría
verdadera a mi familia y me comprometa con el prójimo.Sin duda, todo esto nos lo proporciona la Iglesia durante este tiempo para que, acercándonos a cada Eucaristía, a la confesión de nuestros pecados en la Liturgia Penitencial y otras actividades propias de la Cuaresma, tengamos la oportunidad de vivir y crecer.
Invirtamos no en lo material sino en lo espiritual, e invitemos a otros a hacerlo. Como Parroquia activa y caminante hacia Dios, invirtamos en un estilo de vida basado en los valores cristianos que Jesús nos enseñó.
Para aprovechar mucho más este mensaje, le invitamos a escuchar la homilía pronunciada por el Padre Fernando en la Eucaristía del Miércoles de Ceniza.
Homilía Eucaristía Miércoles de Ceniza 22 de febrero, 2011. 7 p.m.
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